La simpatía de la izquierda --agresiva, canallesca-- con el extremismo musulmán es, paradójicamente, irracional y lógica. Sorprende que los inveterados defensores de los derechos de las mujeres y de las minorías, incluidos los homosexuales y los ateos, encuentren puntos de afinidad, si no de abierta convergencia, con una ideología opresiva, machista, religiosamente intransigente e inescrupulosamente criminal; al mismo tiempo, sin embargo, esa asociación, que ha reverdecido sobre las ruinas del socialismo del siglo XX, resulta comprensible y hasta natural: el odio al orden que encarna Occidente y que encabeza Estados Unidos resulta un factor aglutinante de mayor pujanza que las abisales diferencias que alguna vez, en tiempos de la guerra fría, enfrentaran a estas dos propuestas radicales.
De ahí que la izquierda laica y marxista, que tuvo que replantearse completamente luego del colapso del mundo comunista hace casi dos décadas, se sienta ahora bastante cómoda en compañía del régimen iraní y de los terroristas de Hamás y Hezbolá, y celebre como victorias propias los atentados criminales que perpetran a diario los fanáticos de Al Qaida o de la insurgencia talibán en Irak y Afganistán. En la actualidad, el ayatolá Jomeini y el Che Guevara pueden enarbolarse en el mismo estandarte sin que escandalice a los seguidores de ambos, cuya oposición a la hegemonía occidental y, particularmente norteamericana, les sirve para sobreponerse a cualquier escrúpulo y para salvar todas las diferencias.
Esta curiosa alianza hermana, por ejemplo, a mujeres ''liberadas'' y ''progres'', de esas que se muestran semidesnudas en los balnearios, con sus sumisas congéneres de burka, y hace cómplices a intelectuales de prestigiosas universidades liberales de Europa y Estados Unidos (para no mencionar la geografía del atraso) con piojosos cavernícolas del desierto que son los enemigos naturales de los valores que amparan a los primeros.
No creo yo que la flagrante contradicción que supone este cópula no resulte evidente para muchos de los que se avienen a ella, pero la supremacía occidental les resulta menos admisible. La nueva izquierda se siente seducida no tanto por la fe bárbara del beduino cuanto por su rebelde aldeanismo frente al novo ordo imperialis que se presenta como el inevitable futuro de la humanidad y de cuya mano debe llegar el desarrollo científico y tecnológico así como el progreso social y político.
Puesta a elegir, la izquierda opta por la fragmentación, por el caos, por el subdesarrollo. La Quinta Internacional está compuesta por la pura escoria del planeta: islamofacistas, narcoterroristas, comunistas reciclados, hippies trasnochados, agitadores marginales (como el pintoresco y enfático pastor y mentor de Barack Obama), académicos arrogantes y miopes e idiotas compañeros de viaje. Se trata de la hez y la morralla de la tierra mancomunada por puro instinto animal contra la civilización, una civilización que no puede ser sino global y que tiene entre sus tareas magnas la exploración y colonización del espacio y el dominio del microcosmos genético donde se libra la batalla de toda la especie contra la enfermedad, el envejecimiento y la muerte.
Creo que esta civilización, con todos los defectos que puedan apuntársele, debe prevalecer; y compete a todos los que creemos en ella contribuir a que prevalezca frente a las fuerzas retrógradas que se le oponen. Acaso el anunciado Armagedón bíblico sea este conflicto que ya tiene lugar entre la reagrupada barbarie y el orden que sustenta nuestras vidas y que se proyecta como el benévolo futuro de la humanidad. Pocas veces el contraste entre la luz y las tinieblas ha sido tan obvio.
Vicente Echerri / 2008
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