jueves, mayo 29, 2014


Botellas, Pencos y Mulos


Esa mañana de Julio, era una de las más claras, empezaban mis días de vacaciones escolares, y como siempre me confinaban al territorio del grocery de mis abuelos, que asi se llamaba entonces a esa bodega de esquina evolucionada a una suerte de mini-mercado donde se había sustituido las puertas deslizantes de zinc ondulado por un cuadriculado de metal y vidrio que hacia transparente el espacio entre el amplio local de ventas y la calle, como cada mañana temprano llegaba la enorme bolsa de lienzo blanco con la preciosa carga de los panes” polacos”, esa delicia era exclusiva en la zona donde sólo se podía encontrar en el negocio de Rosa y Roberto en la esquina de las calles Goss y Patrocinio en la barriada de la Vibora, ese pan era especial, crujiente, duro y brilloso por fuera y con una miga suave y sedosa por dentro, ideal para comer untándole mantequilla que se derretía por el calor que aún conservaba a esa primera hora del día, yo gozaba el ritual, mi abuelo abriendo el saco y los clientes madrugadores casi en fila para llevarse lo más fresco y caliente el mejor pan de desayuno, luego, llegaban los suministradores, cajas, refrescos y cervezas, frutas en fin un ir y venir de marchantes y camioneros.

 A media mañana, mi abuela me torturaba con esa copita de Viña 25 con una yema de huevo que yo odiaba, y prefería las veces que me lo sustituía por una taza de consomé de pollo o una malteada con su consabida yema de huevo batida, asi era entonces, la llamada merienda de media-mañana, para que creciéramos fuertes y sanos, sin contar con la cucharada de aceite de higado de bacalao o la emulsión de Scott, o el Yodotánico, una vez pasada la hora de la tortura, me entretenía cazando inocentes lagartijas o fisgoneando en las matas de Adelfa en busca de esos gusanitos amarillos y peludos, que se convertían en lo que llamabamos Caballitos del Diablo, negros de alas roja, matarlos era de mala suerte al decir del repartidor de agua de botellón de la marca Lobatón que siempre me sorprendía en lo mismo. Era cercana la hora del almuerzo, los olores en el barrio asi lo delataban, y yo holgazaneando parado en la esquina, podía ver la intersección de la Calle Goss que venía en bajada en una pendiente suave y Patrocinio que era casi plana.
Resultó que ví, venir a toda velocidad por la pendiente, una motocicleta de 3 ruedas, de las que llevaban detrás una plataforma donde colocaban la carga apoyada en las 2 ruedas traseras, y ésta venía cargada al tope de unas botellitas semejantes a enanas botellas de leche, llenas de jugo de naranja que en esos días estaba de moda, y veo casi en camara lenta como  por la otra calle y a toda velocidad un camión de entrega de una lavandería se dirige hacia la misma intersección, el choque es inevitable y mi instinto me dice que debo salir a toda marcha de la esquina, pero la curiosidad me paraliza y me ancla a la acera, y entonces veo el encontronazo, la moto como en las peliculas con el impacto se convierte en un estallido de vidrios y líquido naranja, enorme y como una flor en expasión, el camión frena tardíamente, y se queda atravesado en el medio del encuentro de ambas calles, mientrás una lluvia de restos brillantes cae sobre la carrocerِía y la calle, la moto está a unos metros delante hecha un amasijo de hierros, y el chofer sobre la acera de enfrente se retuerce de dolor, veo el chofer del camión llevarse las manos a la cabeza y bajarse a toda prisa para socorrer al herido, mientrás unas manos me alzan del piso y escucho a mi abuela alterada, regañandome en un idioma que no entiendo porque mis sentidos están aún asimilando la escena de la que he sido el único testigo, una multitud corre hacia el lugar de los hechos, y alcanzo a oir cuando un cliente le dice a mi abuela que el chofer de la moto ha fallecido, yo no entiendo lo que dice pero mi instinto me dice que he visto por primera vez en mi vida, morir a una persona.

Todos estan alterados y mi abuelo decide cerrar el negocio adelantando la hora del almuerzo, las piernas me tiemblan y no puedo comer nada, y por esa única vez, no insisten y me mandan a dormir la siesta de la tarde, en mi mente no paran de repetirse la escena del choque, y la belleza del impacto con todas esas botellitas estallando en todas direcciones como un enorme surtidor, a las 3 de la tarde mis abuelos se levantan y se preparan para abrir de nuevo la venta, yo corro hacia la esquina para ver los restos del accidente, pero ya solo queda una enorme mancha y un señor de los que limpian las calles que se aleja con su carrito de 2 cubetas y sus escobas, el calor es insoportable a esa hora, y un recogedor de botellas vacias viene bajando la cuesta de Goss, con su carretón alado por un penco viejo como su dueño, no sé cúal de los dos esta más flaco, el carruaje se queda parqueado frente al grocery y veo que tiene bastantes botellas vacias, y un cilindro de cartón ancho y alto lleno de pirulies clavados como ramas, verdes, rojos y amarillos, sigo al anciano que compra dos Matervas, que son el refresco junto a la Salutari los más grandes, y sin mediar un sorbo inicial, se empina la botella, bebiendo su contenido bien frio, de una sola vez, tragando ese liquido llenos de gas a borbotones que arañan la garganta, toda una proeza ante mis ojos, ni siquiera se le aguan los ojos, y contengo el aliento ante semejante gesto, él me mira y sonríe sabe que me ha impresionado, y sin decir nada, le lleva al caballo la otra Materva y el animal se traga con enorme satisfacción todo el contenido de una vez, entonces se vuelve a mi, y me dice:

-      ¿Puedes llevarte para dentro las botellas vacias ?

Y yo le respondo:

-      No hace falta lleveselas, yo se las regalo, el dueño del grocery es mi abuelo.

El anciano sonríe y se monta al carruaje, y me obsequia dos pirulies. Uno verde y otro rojo,  también me regala un consejo:

-      Cuando trabajas con un compañero, se comparten los buenos y los malos momentos, y este caballo es mi mejor amigo,
-       ¡ gracias, niño !

Y se alejó con su pregón a toda voz:

-      Cambio botellas….botelleroooo!

Al rato, llega el representante de la Coca Cola, trae como hacia frecuentemente una nevera roja muy bonita llena de refrescos bien frios cubiertos de hielo triturado, que irá regalando a todos los que llegaban al grocery, a mi me obsequió unas miniaturas de botellas de la bebida preferida por todos, y me advirtó lo que tienen esas botellitas no se puede tomar, son de adorno nada más. Al rato llegó el carbonero con sus mulos enormes y fuertes, un carruaje grande lleno de sacos de carbón que cada vez se usaba menos, el carbonero era un español tosco, canoso de unos ojos azules impresionates, que constrastaban con el churre de carbón que cubría su rostro, su cuello y sus brazos, se acercó a la nevera de la publicidad y se tomó 3 botellas de Coca Cola pero a mí no me impresionó en nada, después de haber visto al botellero zamparse una Materva de glú-glú como deciamos a esa forma de beber sin pausa, entonces cuando ya se iba , le dije al carbonero:

-      Señor, .. y, ¿ Ud no le vá a dar de beber Coca Cola a sus mulos ?

El mugroso me miró y sonriendo me contestó:

-      Esos animales no diferencian una Coca Cola de un cubo de agua.


Y se alejó calle abajo, desde ese día cada vez que veía un mulo me daban ganas de darles de beber toda la Coca Cola que pudiera, pues de seguro el carbonero ese, no sabía nada de amigos ni de compañeros de trabajo.

2 comentarios:

Raul Izquierdo dijo...

Precioso el relato, tengo de esas vivencias miles o de cosas similares, creo que somos nacidos en 1950 los dos, asi que vivimos esa epoca prodigiosa ambos en medio de todos esos recuerdos y personajes singulares. Gracias.

Esperanza E Serrano dijo...

Gracias, Pong por compartir tus memorias.
Excelente relato.Tienes un gran talento para describir los hechos, los ambientes y los personajes.
Un abrazo
Espe