miércoles, diciembre 10, 2008


El Tono de la Voz publica una especie de
carta abierta de Hugo M. Cancio en el que se pregunta qué nos pasa a los cubanos. Al parecer no entiende por qué en Miami la gente estalla con provocaciones como las que soltó Pablo FG semanas atrás. Supone que la reacción sólo se puede explicar porque “varios presentadores de radio y televisión locales se lanzaron como aves de rapiña a despellejar en tiras, no tan solo la imagen del afamado artista o la del efímero promotor, sino la imagen del pueblo cubano al irresponsablemente exhortar a la intolerancia y la apatía” o por algún un desarreglo mental que afecta a los cubanos en Miami. Por un lado necesito que el propio autor me explique eso de “al irresponsablemente exhortar a la intolerancia y la apatía” (como sabemos la apatía es una actitud dificilmente exhortable). Por otro puedo aclararle que en el asunto del músico los cubanos no actuaron más que como cualquier otra comunidad en este país que por un razón más o menos legítima se siente ofendida. Así de ofendidos reaccionaron los negros norteamericanos con la emisión de un sello mexicano de un personaje negro de caricaturas que a ellos les pareció ofensivo y en México resulta un ícono popular, como ofendidos reaccionan otros cuando creen que cualquier medio masivo difunde algo ofende la imagen de su comunidad. En ese caso los cubanos de Miami no reaccionaron por razones muy distintas a la de cualquier otro grupo en casos similares: la ideología es lo de menos, lo importante es marcar el territorio. No se protesta masivamente por lo que cada día se dice en La Habana pero permitir que se diga en Miami sentaría muy mal precedente. Como mismo que los cubanos no somos especiales no debemos pretender ser menos sensibles a las ofensas que cualquier otro grupo del vasto tejido étnico que conforma este país. Estoy plenamente de acuerdo con Cancio cuando dice que “son más las cosas que hoy nos unen [a los cubanos dentro y fuera de Cuba] que aquellas que nos separan”. Nos unen muchas cosas y nos separan apenas dos: la geografía y la política. Con la primera no podemos hacer mucho pero la segunda -a menos que lo consideremos un hecho sobrenatural- siempre podremos intentar algo. Algo nos pasa a los cubanos y ese algo es la dictadura unipersonal más extensa de la Historia moderna y esa, ahora con el relevo fantasmal de Compay Segundo (o sea, el hermano del Compañero en Jefe) no se ha acabado. Y si los cubanos de Miami, Madrid o Estocolmo tienen que pedir permiso para viajar a su propio país por un limitado número de días no es por cuatro viejos gritones que toman café en el Versailles. Si los cubanos de todas partes no pueden hacer negocios en Cuba o los de la isla no pueden acceder libremente a internet o a las publicaciones que deseen no se deberá en ningún caso a los berridos de Pérez Roura. Hoy seremos “más los que emigramos por razones económicas y sociales que por asuntos políticos” pero poco importan las razones que cada cual aduzca para salir de Cuba si al final el gobierno de su país trata a todos básicamente como desterrados y a los que emigran les permiten ir sólo de visita. No se puede “comenzar a cicatrizar heridas” cuando otros se ocupan en Cuba no de hablar de heridas pasadas sino de mantener frescas las del presente. No importa el deseo que tenga Cancio de ayudar a su familia o yo a la mía si las ayudas son o impedidas o gravadas con impuestos exhorbitantes. No importa que un médico o un deportista se trate de ir de Cuba por razones estrictamente profesionales porque al final se le tratará como desertor. “Hagamos un llamado a nuestra identidad nacional” nos dice Cancio -sin explicar bien cómo se convoca una identidad- para exigir de inmediato que “nuestro amor por Cuba y su pueblo debe ser incondicional”. Al final ningún amor es incondicional a menos que se le confunda con el masoquismo más extremo. No lo discuto como opción personal –cada cual que encuentre el placer donde pueda- pero no creo que esté bien que el señor Cancio exhorte a sus compatriotas, por mucho amor que diga profesarles, al masoquismo colectivo. Si se fijan ninguna de las restricciones a las que aludo supondrían, de desaparecer, que el régimen cubano perdiera su bien conservada condición de dictadura. Ha habido muchas dictaduras que toleraban la libre circulación de sus ciudadanos, o el ejercicio de la libre empresa o el derecho a trabajar en el extranjero sin que pudiera dudarse de su carácter autoritario pero la nuestra al menos en lo que respecta en el control de los seres humanos y ciertas especies de cuadrúpedos es realmente excesiva. Como excesivo, imagino, le parecerá a Cancio que hoy mismo salga a la calle un puñado de compatriotas suyos a pedir respeto de los derechos humanos. Por algo tan elemental sin dudas serán ofendidos y golpeados por otros no menos compatriotas que sin embargo no comparten ese amor al paisano que inflama el pecho de Cancio. Más excesivo aún será que alguien exija democracia, elecciones libres y exquisiteces por el estilo cuando los compatriotas deberíamos amarnos o al menos tolerarnos con sólo poner un poco de nuestra parte sin aspirar a cambios que quién sabe qué nuevos males nos pueda traer (“Change” en Estados Unidos donde las cosas andan tan mal pero en Cuba con una manito de pintura será más que suficiente). Y le pido a Cancio que no tome a mal lo que digo. Después de todo somos paisanos.

Autor : Enrique Del Risco - Enrisco/ Tomado de su blog

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